No dudo en absoluto que haya bastantes personas que estén muy contentas con el reciente pacto entre PA y PSOE para gobernar la ciudad. Incluso reconozco que las voluntades institucionales se muestren ahora más benévolas para con la ciudad, de la manera torticera, pero legal, muy legal, a la que nos tienen acostumbrados: si allí no gobiernan los de mi partido, concedo lo que me obliga la ley y en los plazos en que me obliga; si los de allí son de los míos, lo que me obliga la ley y lo que vaya de propina, y tan rápido como me lo permita la burocracia, siempre y cuando no interfiera con otros intereses creados “más importantes”, claro.
Pero a pesar de esto, lo que se percibe en la mayoría de los rondeños, sean simpatizantes de quienes sean, sean votantes de quienes sean, e incluso si normalmente suelen estar desconectados de los temas de política local, es un desencanto general con el valor de quienes dicen ser nuestros representantes, aunque en realidad sólo se representen a sí mismos y a sus propios partidos. Desencanto que en unos se traduce en frustración ante la falta de dignidad de quienes se desdicen en función de los intereses de cada día; en otros se muestra como indignación y enfado ante quien no demuestra la entereza suficiente como para mantener las palabras que salieron voluntariamente de su propia boca ni tiene honradez para respetar los compromisos adquiridos, como poco, con todos aquellos que le votaron en cada plebiscito; y en unos pocos más, ese desencanto se manifiesta como gesto de suficiencia de quien se jacta de saber de antemano (“si ya te lo decía yo”) la calaña de la gente que, visto lo visto, se levanta de colorado para acostarse de amarillo.
Los rondeños, en su mayoría, y por lo que se dice en los mentideros, se encuentran desencantados con un mundo que, a pesar de los pesares, nos afecta a todos y sobre el que ningún poder tenemos, sobre el que nada se puede hacer para que la honradez sustituya a la hipocresía, las palabras veraces al cinismo, y la voluntad de ayudar al pueblo a la de ayudarse a sí mismos con un sueldecillo y unas atribuciones que siempre vienen bien. Nos acaba por aburrir la política. Aunque quienes se dedican a ella sean personas como nosotros, que viven a nuestro lado y que son encantadores cuando somos capaces de hablar con ellos de tú a tú, se convierten en extraños, en seres superiores, venidos de otro mundo, cuando se trata de actuar sobre los recursos del municipio; se convierten en entidades inalcanzables preocupados por problemas complicadísimos que ni siquiera sabíamos que teníamos.
Los rondeños estamos desencantados por que nos han desencantado. Hemos aprendido que, salga quien salga, simplemente son los mismos perros con distinto collar, cada uno más atento a la voz de sus amos que a su labor de vigilancia de la finca. Incluso de vez en cuando tienen la petulancia de cambiarse el collar a su avío, de manera que el que hoy lo luce blanco y verde quizá lo lleve mañana rojo, bien aromatizado de esencia de rosas. O el que hoy se adorna con gaviotas azules seguramente necesitará mañana sacar de su letargo al durmiente “Rondeños por Ronda” para poder seguir estando dentro de los círculos de poder y de influencia, y lograrse, otra vez, de lo que caiga, si es que cae, en su papel de partido bisagra. Incluso quien pretendía hacernos creer que estaba dando gritos ante la injusticia desde la oposición, y que en realidad sólo se limitaba a susurrar y a hablar sottovoce, en el ejercicio más ramplón de oposición que hemos tenido en la ciudad, esta vez sí, en los últimos 20 años, y que aseguraba que dejaría su roja sangre caer ondeando la bandera del “bien de los rondeños”, ahora se arrepiente y prefiere dejar que siga fluyendo esa sangre por el interior de la venas, asustado por las terribles consecuencias que la anemia de poder desata en todo aquel que la sufre. “Y con la bandera que ondeábamos nos tapamos las vergüenzas, si es que tenemos de eso”, dicen.
Si conseguimos que nuestra memoria durase algo más que el exiguo plazo que marca la actualidad, lo que se me antoja difícil pero no imposible, habida cuenta de que algunos todavía se acuerdan de las pasadas mociones de censuras o de los pasados años de inactividad gubernamental, y si además algunas personas preparadas, jóvenes, honradas, sin intereses creados ni obediencias a partidos déspotas, arrostrando los sinsabores que sin duda paladearían y abrigándose contra la tormenta de críticas que recibirían también, fuesen capaces de echarse adelante y crear una formación capaz de devolvernos a todos la ilusión que nos han robado vilmente quienes ahora ostentan el poder (o detentan, que para el caso tanto da), entonces quedaría una oportunidad para la esperanza.
La existencia de un partido de rondeños para trabajar por los rondeños, y que nada tenga que ver con el título de ese “Rondeños por Ronda” que se pretende sólo un sucedáneo del PP tradicional, la existencia de tal partido, digo, si llegara a existir, podría suponer un bálsamo para todos aquellos de nosotros a quienes, hoy más que ayer, nos escuece en el alma la irreverencia y falta de respeto de nuestros actuales gobernantes para con el pueblo que les vota.
Antes de que la política los corrompa, ¿habrá alguien capaz de esto? ¿Habrá quien sea capaz de liarse la manta a la cabeza y decir “vamos allá”? ¿Habrá esperanza? ¿O seguiremos sometidos a los caprichos, a las voluntades volubles, a las veleidades de ambiciosas y ambiciosos alucinados? ¿Habrá candidatos nacidos y elegidos libremente por el pueblo o seguiremos con el desfile de imposiciones puestas desde despachos de sedes políticas? ¿Habrá esperanza para Ronda o deberemos desentendernos definitivamente de la política e inclinar la cerviz en señal de vasallaje ante los nuevos amos de la ciudad en estos tiempos? ¿Habrá esperanza?