viernes, 1 de agosto de 2008

El buen samaritano

En política, como en otras facetas de la vida, muchas veces solemos perder el norte, nos despistamos, queriendo o sin querer, y nos dedicamos a realizar tareas que en muchas ocasiones poco tienen que ver con la labor que sí deberíamos desarrollar. Pero antes de entrar en materia prefiero ponerles un ejemplo que ilustra claramente lo que quiero decir.

En su libro El Animal Social, Elliot Aronson expone el siguiente experimento: “Durante semanas en las facultades de teología, filosofía y psicología de la Universidad de…, en EE.UU., se hizo mucha propaganda sobre la conferencia que una gran personalidad vaticana iba a impartir en fechas próximas, en una de las aulas magnas de una de esas facultades, acerca de la parábola del Buen Samaritano que viene reflejada en los Evangelios. Ya saben, aquella que dice que habiendo sido asaltado y malherido un hombre en un camino, quedó tirado en él pidiendo ayuda a todo el que pasaba, y siendo despreciado por todos, negándosele el auxilio, hasta que pasó un samaritano, aquel del que jamás cabría esperar ayuda, pero que fue precisamente el único que se compadeció de la situación del viajero, socorriéndolo y salvándolo, sin pedir nada a cambio. A lo largo de todos los días que quedaban hasta la conferencia, distintos profesores y desde distintos puntos de vista, analizaron para sus alumnos la parábola, sus implicaciones religiosas y metafísicas, morales, conductuales, la adaptación de la misma a los tiempos modernos, la posible validez y atemporalidad que mostraba, los valores que reflejaba y las consecuencias psicológicas derivadas de seguir, o no, conductas como la del samaritano de la historia. Se encargaron a los alumnos trabajos que versaran sobre distintos aspectos de la parábola, se realizaron seminarios sobre ella, e incluso se consiguió que una emisora local de radio dedicara un programa especial a la conferencia, al conferenciante y a la parábola.

Llegado el día de la ponencia, un alumno fue llamado al despacho del profesor que organizaba el evento, donde se encuentra a éste en visible estado de nerviosismo, reunido con algunos de los integrantes de la comitiva que discuten entre ellos con preocupación. Cuando el alumno entra, todos callan mientras el profesor se dirige a él y le explica la situación: el auditorio está lleno y esperando que comience la conferencia, pero el avión del ponente llega con retraso y apenas si acaba de tomar tierra en el aeropuerto, con lo que todavía tardará más de una hora en llegar a la Universidad de… Como resulta que consideran a este alumno bastante brillante, y dado que no se puede contar con ningún profesor, puesto que están haciendo las veces de anfitriones con sus invitados, le piden que sea él quien, a modo de introducción, vaya exponiendo el contenido de la parábola mientras hace tiempo a que llegue el verdadero conferenciante. Le dan a leer la parábola en ese preciso instante, junto con las notas del ponente, le dejan unos veinte minutos para que se prepare lo que vaya a decir y le comentan que se pase al edificio de enfrente que es donde va a tener lugar la conferencia.

Cuando sale a la calle para dirigirse a dar la conferencia, en medio de la calzada, aparece un ciclista tumbado en el suelo, en medio de un charco de sangre, semiinconsciente, quejándose amargamente y con la bicicleta destrozada a su lado. ¿Qué hace nuestro alumno?”

El experimento se repite con cientos de alumnos. Según Aronson, si bien muchos socorren al ciclista herido, el mayor porcentaje corresponde a quienes ignoran al accidentado y siguen a lo suyo, aun pensando en una historia donde un viandante deja sus asuntos para socorrer a un herido. Incluso cita un par de casos en donde algunos de los alumnos pasan por encima del ciclista herido para llegar al otro lado de la carretera.

¿Qué ha pasado aquí? Sencillamente que lo inminente, lo que nos afecta en ese momento, se impone a lo verdaderamente importante. Pensando en lo que vamos a hacer, obviamos lo que debemos hacer realmente. Como he dicho, esto nos pasa a todos y en todos los ámbitos de nuestra vida. Pero como suelo escribir sobre política, y sobre política local, para más señas; y como los asuntos que afectan a la política no sólo afectan a los que a ella se dedican, sino que nos afectan a todos, aplico el ejemplo a este campo.

Por lograr un gobierno que permita a los rondeños vivir con dignidad, quienes han elegido dedicarse a la política activa no tienen reparos en perder su propia dignidad en el esfuerzo por hacerse con el poder. Si para lograr el bien del pueblo hay que hacer oídos sordos a lo que ese mismo pueblo dice, se actúa sin complejos y sin escrúpulos. Si por conseguir un puesto de salida de los que dan acceso a los sillones del poder hay que actuar contra los dictados de la militancia de base dentro del partido, se hace sin dudarlo. Si por llevar mis ideas a la práctica he de obedecer a las altas instancias del partido, aún a costa de ir contra los dictados del partido local y contra el sentir manifiesto de la población que va ser gobernada, se procede sin rechistar. Si por el bien de la ciudad, hay que perjudicar a los ciudadanos, van a ser perjudicados sin remedio.

Los acontecimientos vividos en Ronda en los últimos cinco años suponen un ejemplo palpabilísimo de la proposición más famosa de Maquiavelo: “el fin justifica los medios”, aunque el uso de esos medios conlleve la precariedad económica de las arcas municipales, aunque conlleve la indignidad de nuestros dirigentes, y con ella la de la ciudad, al ser gobernada y representada por personas que no han tenido inconveniente de desdecirse de sus principios ni de sus ideas y manifestaciones cuando así les ha interesado para poder hacerse con el poder. Cuando, lo veremos próximamente, nos digan que se cambian de chaqueta, que se juntan con el enemigo, que desprecian su ideología cambiándola por la ajena, sólo por alcanzar el fin ansiado: el bien de los rondeños.

Usar y tirar. Usar a los socialistas y tirarlos. Usar al GIL y tirarlo. Usar al PP y tirarlo. Recoger al PSOE del fango para volverlo a usar. Usar al alcalde para alcanzar el poder, con intención de tirarlo cuando no sea necesario, si lo permiten las direcciones socialistas. Usar a los socialistas para instalarse en sus filas y después tirar a los que estorben nuestros propósitos. Usar y tirar. Ese es el lema. Ignorar lo que se debe hacer (en el sentido moral) y hacer lo que se deba (en el sentido práctico) para conseguir el bien de los rondeños, aún a pesar del nombre, de la dignidad y del mismo bien de los rondeños.