viernes, 23 de mayo de 2008

El trapecista

El trapecista se balancea allí arriba, de pie, encima de la escasa superficie que le ofrece la barra del trapecio. Su punto de vista cambia con cada oscilación: va y viene, va y viene. Lo que ahora ve delante, apenas un instante después queda atrás, y las cosas se ven de manera diferente cada segundo. Va y viene. Desde su punto de vista, allá en lo alto, las cosas no son como se ven desde aquí abajo. Desde allí la perspectiva es distinta, más amplia. Se ven cosas que desde el suelo quedan ocultas por la masa de espectadores que contemplamos el espectáculo. Pero al mismo tiempo, la distancia hace que los detalles se pierdan, que algunos elementos se difuminen y no se vean con la claridad adecuada. Abajo, en medio de la pista, un montón de ayudantes se afanan con los preparativos para que todo esté listo, y el compañero de trapecio, situado frente a él, permanece distraído, a su aire, hasta que empiece la función. Y el público mira hacia arriba por mirar, al descuido, porque no tiene nada mejor que hacer por el momento. De repente, sin avisar a nadie, sin redoble de tambor, sin que nadie esté prevenido, el trapecista salta y comienza a ejecutar un triple mortal. El público grita sorprendido, porque “mortal” es el detalle importante de su acrobacia. “Se va a matar”, gritan varios espectadores; “es un loco” piensan otros.

El tiempo parece haber ralentizado su curso y todo aparenta ir más despacio. Ya lleva casi la primera vuelta. Sus subalternos abren los ojos con sorpresa; aún no están preparados y no saben cómo reaccionar. Habitualmente hay una señal de aviso, pero esta vez no se ha producido.

Ya está iniciando la segunda vuelta, y el impulso inicial ha desaparecido dejando paso a la gravedad que comienza a tirar de su cuerpo hacia abajo. Su compañero, sabedor de que mientras el trapecista se juega la vida, será a él a quien todos pidan responsabilidades por ese salto de locura, independientemente de cómo acabe, se ofusca y se pone a maldecir y a lanzar improperios mientras hace denodados esfuerzos por alcanzarlo en el aire y restablecer el equilibrio original.

Ya está saliendo de la segunda vuelta y cada vez coge más velocidad hacia el suelo. “¿Cómo ha sido capaz de saltar sin red?” parece ser el único pensamiento común que se oculta tras las caras aterrorizadas de los presentes mientras sus ojos contemplan el mismo arco descendente que el cuerpo indefenso del trapecista describe en el aire: “¿Cómo ha sido capaz de hacer eso?”

Pero tal vez haya truco. Tal vez haya una tenue red abajo que nadie haya visto. El trapecista, como un buen prestidigitador, ha mantenido la atención de todos centrada arriba, en lo alto, y nadie ha reparado en que quizás haya una red que parece invisible. A lo mejor confía en la ayuda última de los asistentes de su compañero que acudirán junto a sus propios asistentes para salvarlo a él aun a riesgo de descalabrar al otro. A fin de cuentas, él, y no otro, es la estrella del espectáculo. Y aunque los otros artistas miren detrás de las cortinas, envidiosos unos, expectantes otros, buscando los primeros auxilios en previsión del golpe contra el suelo duro que todos esperan, él sonríe y confía..., confía…

Ya está en el último bucle de su salto mortal y su cuerpo desciende en caída libre, a la espera del momento final de la actuación, del desenlace inesperado, del final de la apuesta que ha hecho con su vida, del todo o nada. De momento, su cuerpo cae, y él confía.

Supongo que pocos serán los que no sean capaces de entender esta alegoría, así que no creo conveniente aburrirles aún más con explicaciones que huelgan. Tan sólo constato el hecho de que, más allá de la metáfora, el ejercicio de la política en nuestra ciudad se ha convertido en un circo. Pero en un circo de verdad, que si bien no tiene carpa por el contrario tiene la cubierta de un edificio histórico que da amparo a domadores de fieras, a trapecistas temerarios e imprudentes y a payasos que nos hacen reír. Y no olvidan ni siquiera cobrarnos por las entradas para que presenciemos la función.

Se me antoja que de un buen político habría que decir lo mismo que se dice de un buen árbitro: que ha pasado desapercibido. La gente se fija en cómo mejora su ciudad y en cómo su calidad de vida aumenta paulatinamente, y permanece ajena a los desvaríos de quienes tienen en sus manos el devenir de todos. Pero aquí en Ronda, a lo que parece, interesa más que los vecinos estemos más atentos a lo que hacen nuestros ediles, a cómo se comportan, a las flores que se ponen a sí mismos y a las miserias que se arrojan unos a otros, que a los asuntos que realmente nos importan a todos, pues sólo así es entendible la aparición de ciertos pretendidos medios de comunicación y de los contenidos de los mismos; y sólo así es entendible la pomposidad y el populismo del que se rodean muchos.

Y yendo más allá de la simple pretensión de llamar la atención, que de hecho, consiguen, pretenden disfrazarnos de interés por Ronda y por los rondeños lo que no es más que burda, burdísima especulación política y seguimiento de los intereses partidistas o particulares. Se demuestra por la conducta pasada y presente de quien no ha sabido hablar con PSOE, GIL ni PP para llevar a cabo, sino sus proyectos, al menos los de alguien, y que ha tenido que acabar por acuchillar a sus respectivos socios para desembarazarse de ellos buscándose otros nuevos cada vez, al albur de sus intereses del momento. Se demuestra por las palabras que se filtran entre los improperios de quien consintió formar gobierno, a pesar de ser consciente de las limitaciones de quien iba a ser su socio, y que en su descargo no tiene reparo en dar a entender que antepuso los intereses de su partido a los de los rondeños en una mal entendida disciplina de partido. Y se demuestra también en la escasa valía de quien dice no cerrar ninguna puerta a nadie, aun a pesar de tener todavía fresca la sangre en sus riñones de la cuchillada recibida, aun a pesar de las opiniones particulares de cada cual, sometidas también a los arbitrios foráneos y humillantes de su disciplina de partido, y aun a pesar de no haber parado de decir, en los últimos años, que la persona a cargo de la alcaldía no valía para ello. Ahora, por meras cuestiones de táctica política, no tienen reparos en ensuciar el nombre de Ronda y el de sus ciudadanos con sus execrables bocas, pretendiendo buscar lo mejor para la ciudad, como si un par de días antes no hubieran pretendido hacernos creer que ellos sabían con claridad qué es lo que necesitábamos.

Creo que en estos días hay un circo de verdad por Ronda. Mal porvenir le auguro, viendo cómo está el personal saturado de espectáculos y sobreactuaciones.

El descontrol

Lo normal es que a estas horas ya se hayan enterado todos ustedes de que, desde ayer por la tarde, el equipo de gobierno que dirigía la ciudad ya no es tal equipo, sino que es exclusivamente el Partido Andalucista el que rige en solitario el porvenir de los rondeños.

Decreto…, decretazo, más bien, a tenor de la importancia que tiene, del alcalde, que, ni corto ni perezoso, vuelve a meter mano a la faca y corta por lo sano (algunos dicen que lo sano está a la altura de los riñones de los que se atreven a pactar con él) y mira como hacen caída libre, con todo el equipo, los cuatro concejales del PP.

Sorpresa generalizada. Se sorprenden los ciudadanos, se sorprenden los delegados cesados, se sorprenden los miembros de la oposición. Se sorprenden incluso muchos miembros del Partido Andalucista, que no se esperaban nada de esto. Y algunos nos tememos que el último en sorprenderse puede ser el propio alcalde si no ha reparado en que los concejales a los que ahora da la patada pueden llevar paracaídas en el equipo de campaña.

El control de Ronda se queda en minoría, minoría de uno, nos tememos, que es el que manda, y autoexpuesto al jaque mate de una posible moción de censura, otra vez. El PP se queda descolocado a la búsqueda de un clavo ardiendo al que agarrarse, y el PSOE, todavía librando su propia guerra civil, comienza a recibir mimitos de todos y a hacer guiños de complicidad a unos y a otros.

Si la cosa estaba cruda para Ronda cuando parecía que había estabilidad, ni les cuento como puede llegar a ponerse.

¿El gobierno en Ronda?... Un descontrol, oiga.